Capilla virtual - El Huerto de los Olivos



ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Espíritu Santo,
inspíranos,
para que pensemos santamente.

Espíritu Santo,
incítanos,
para que obremos santamente.

Espíritu Santo,
atráenos,
para que amemos las cosas santas.

Espíritu Santo,
fortalécenos,
para que defendamos las cosas santas.

Espíritu Santo,
ayúdanos,
para que no perdamos nunca las cosas santas.



LA HORA DE ACEPTAR LA CRUZ 

El lugar era familiar.
Tú conocías bien ese Huerto de los Olivos.
Pero esta noche es diferente.
Esta noche es la hora,
el momento cumbre... y tú lo sabes bien
y por eso estás ahí, donde están los que obedecen...
hasta la muerte.

Tú esta noche eres un hombre...
un pobre hombre con la noche de todos los hombres encima...
Tú esta noche tienes que ser gusano:
para eso has venido...
para marchar como gusano de entre nosotros...
con los huesos bien al descubierto,'
con el corazón totalmente traspasado...
¿Te será esto soportable?

Padre, aleja este cáliz.
Pero tú sabes bien que el Padre no quiere alejar el cáliz,
tú sabes que lo tuyo es beberlo...
entero...

Tú sabes que la única palabra esta noche es la de Hijo:
No quiero mi voluntad sino la tuya.
Tú esta noche estás llamado a demostrar
que el amor es más fuerte que el pecado,
que el amor es más fuerte que la muerte...
y tienes que ir a tu destino...
el destino que tú sabes bien
y que los profetas marcaron:
Tú estás llamado esta noche a aceptar la Cruz.

Tú serás condenado a muerte por haber vivido
la justicia y la misericordia:
tu gran pecado es ser el justo de Dios.

Suda sangre, Señor, Rey de los judíos...
Mil y mil muertes están sobre ti.
Tu sufrimiento es único: tiene talla de Dios.
Tu amor es único: tiene talla de Dios.

Lo imposible así tú ya lo estás haciendo posible
y los cielos y la tierra volverán a ver la Alianza.

Cuando en el huerto rogaba,
Cuando a mi Padre clamaba,
Lleno de angustia sudaba
Ríos de sangre por ti.
¡Ay! desgraciado de ti
¿Cuando te acuerdas de Mí?

Cielos y tierra lloraron
Triste su rostro velaron,
Duros peñascos temblaron
Cuando expiré yo por ti.
¡Ay! desgraciado de ti
¿Cuándo te acuerdas de Mí?

Alvaro Ginel



MEDITACIONES

I. Tu me llamas, ¡oh Jesús!, para ser testigo de tu agonía; yo lo deseo con ardor. Tu me mandas que vele y ore contigo durante esta hora: yo lo deseo de todo corazón pero, ¡ay!, conocida os es mi debilidad. Sosténme. Sin Ti seria más débil aún de lo que fueron tus Apóstoles. ¡Oh alma mía, no pierdas un momento de hora tan preciosa y santa! Con el Corazón de Jesús, adora al Eterno Padre. Yo vengo, ¡Dios eterno e infinitamente Santo!, a postrarme en compañía de tu querido Hijo delante de vuestra suprema Majestad, y anonadarme en presencia de tu grandeza; os ofrezco su agonía, y los intensos dolores de su Corazón para satisfacer a tu justicia y llorar mis pecados y los de todos los hombres, y, a fin de que te sea mi oración más agradable, la uno a la que hizo Jesús en el huerto.

II. Para comprender el dolor que sintió Jesucristo en el huerto de Getsemaní, sería necesario penetrar la grandeza de su amor. Amaba infinitamente a su Eterno Padre, y le veía ultrajado cruelmente por los hombres. Amaba profundamente a los hombres y los veía criminales y destinados a suplicios eternos. ¡Qué desconsolador para el más sensible de los corazones! ¿Qué le sugirió su infinito amor? Reparar los ultrajes hechos a su Padre, redimir y librar a los hombres de los castigos merecidos, poniéndose en lugar de ellos para sobrellevar el rigor de los suplicios que merecían. «Todos los hombres juntos no son capaces, ¡oh Padre mío!, de satisfacer a vuestra justicia, e indignas son de Ti las víctimas que podrán ofreceros; aquí me tienes, pues, dice Jesús: «Tu no rechazarás este holocausto. Herid, omnipotente Dios; tu justicia ultrajada sea satisfecha y el pecado del hombre expiado.» El Padre acepta la ofrenda de su Hijo; le carga con todas las iniquidades de los hombres, y desde entonces ya no le mira como el objeto de sus complacencias, sino como víctima cargada con todos los pecados del mundo. En ese mismo instante se siente Jesucristo como oprimido por el peso formidable de nuestras iniquidades. ¡Qué horrible y qué amargo cáliz para el Santo de los Santos! ¿Lo beberá? En cuanto le acerca a sus labios, su alma siente dolor, cae en mortal tristeza, le abruman la angustia y el tedio, y de él se apodera el terror. «Padre mío, exclama, desviad de mí este cáliz»; sin embargo de ello, Jesús bebe el cáliz de la amargura. Crece el dolor y quiere compartirlo con tres de sus Apóstoles: «Mi alma, les dice, está mortalmente triste; velad, pues, y orad conmigo.»

III. ¡Oh, qué horrores se le presentan a los ojos! Ve todos los poderes del infierno desencadenados contra él, y a todos los pecadores armados contra su sagrada persona. Ve acercarse las iniquidades del mundo; vendido por uno de sus discípulos, negado por otro y abandonado de todos. Ve las cadenas, los azotes, los clavos, las espinas y la cruz que le preparan y cargan sobre sus débiles hombros, y camina por el calvario hasta el monte, donde, clavado en el madero, exclama: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen.» «Padre mío, Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.»

¡Oh Jesús mío, crucificado por mis culpas en ese madero de ignominia! Perdóname, porque, arrepentido, me postro a tus plantas llorando mis pecados. Cuando contemplo tu Corazón derramando sangre divina, tiembla mi alma pecadora; cuando veo tus pies y tus manos clavados y tu sagrada cabeza cubierta de espinas, me confundo y anonado, porque yo fui la causa de tu dolor.

IV. Considera, alma mía, que un Dios adorado en el cielo por los Angeles es ultrajado en la tierra por los pecadores; un Dios de infinita grandeza, es clavado en una cruz; en el cielo, delicias; aquí, sudor de sangre. ¡Oh Jesús, tanto como habéis amado a los hombres, y los hombres no se compadecen de Ti! Tu amor a nosotros fue tanto, que quisiste quedarte en la Sagrada Eucaristía para consolarnos y fortalecernos. Haz, Señor, que todos te amemos con amor puro y santo para que tu Corazón reine en el nuestro y seamos tu digna morada.

Bendito sea vuestro santo nombre en todo el universo; sea tu Sagrado Corazón amado y adorado de todos los hombres; sea tu Iglesia honrada, respetada y salga siempre victoriosa de tus enemigos; no se extinga jamás entre nosotros la antorcha de la fe, antes resplandezca con nuevo brillo; todos nuestros hermanos permanezcan unidos a la Iglesia Católica Romana; los separados de ella se conviertan a la verdad, todos los hombres respeten vuestro Evangelio, tus misterios, tus altares; y que nos sea, en fin, provechosa la sangre derramada en el Huerto y en el Calvario.

¡Oh, Salvador y Redentor mío! Haced que florezca vuestra Santa Religión y renazca la fe en las almas. No cese vuestra luz de iluminar los pueblos donde vuestra Ley ha brillado con tanto esplendor. Envíanos el ángel que vuestro discípulo amado vio atravesando el cielo con el Evangelio en la mano para evangelizar a los habitantes de la tierra y decirles: «Temed al Señor y tributadle los homenajes que le son debidos.» Danos Santos y haced que nuestro corazón sea semejante al vuestro.

¡Oh María! Hijos tuyos somos: muestra que eres nuestra Madre, reconciliándonos con tu Hijo Jesús. Angeles tutelares de esta nación, Santos protectores de nuestra amada Patria: venid en nuestro socorro, preservados del naufragio, sed nuestros intercesores para con Dios y suplicadle nos conceda sus misericordias y su amor. Sea el Corazón de Jesús conocido, amado y adorado en todo el universo. Amén.




OH SEÑORA MÍA, OH MADRE MÍA

Oh señora mía, oh madre mía,
yo me ofrezco enteramente a ti.

En prueba de mi filial afecto
te consagro en este día,
mis ojos,
mis oídos,
mi lengua,
mi corazón,
en una palabra,
todo mi ser.

Ya que soy todo tuyo,
oh madre de bondad,
guárdame y defiéndeme como cosa
y posesión tuya.

Amén.


Fuente: devocionario.com - corazones.org
Fotos: Luis Rodríguez, Mauricio Ruiz Díaz, Juan Tavares


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