Capilla Virtual: Que te conozca y me conozca

Que te conozca y me conozca.

San Agustín.

Concédeme conocerme a mí mismo y conocerte a ti, Señor Jesús; olvidarme a mí mismo y amarte a ti. 
Que no piense sino en ti. Que sepa mortificarme y vivir en ti. 
Que todo cuanto me suceda lo reciba como tuyo. 
Que siempre escoja ir detrás de ti. 
Que aprenda a huirme a mí mismo y a refugiarme junto a ti, para que sea defendido por ti. 
Que nada me atraiga sino tú. Y que me haga pobre por ti. 
Mírame para que yo te ame. 
Llámame para que yo te vea, para que por toda la eternidad goce de Ti. 
Así sea. 



¿Quién es Jesús para ti? 

Manuel Rodriguez Diaz
 
¿Quién es Jesús, hoy, para ti? ¿Una historia bonita? ¿Una voz que resuena con fuerza? ¿Alguien de quien te escondes detrás de un parapeto de autosuficiencia y, lo que supones es, profundo conocimiento?

Si tan sólo es una historia bonita, ligera, en nada distinta a cualquier colección de frases, no estás flotando en la superficie; ni siquiera te has mojado.

Si es una fuerza, una voz poderosa que te interpela y te incomoda y hasta te parece que te hace la vida más difícil porque te lleva a comparar lo que haces y lo que dices con lo que piensas, lo que quieres con lo que te conviene, lo que sabes que es bueno con lo que quieres creer que es bueno; entonces estás nadando, extiende tu mano y pide su ayuda; Él no te dejará perecer.
Y, si no es nada, si Él no es nada, no significa nada y tú eres tan cool y sofisticado que no lo necesitas, que no pierdes ocasión para hacer mofa de los que en Él creen, esos pobres ignorantes que no tienen tu gran inteligencia; entonces, ya que no es nada, si Jesús no es nada, su palabra es nada y creer en Él no sirve para nada… ¿Por qué le tienes tanto miedo…?


 Si quieres puedes limpiarme  

Manuel Rodriguez Diaz

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: "Si quieres, puedes limpiarme." (Marcos 1, 40)


Señor dame, Señor hazme, Señor concédeme; yo quiero esto, yo quiero aquello, yo, yo, yo… así es nuestro pensamiento tantas veces; nuestra lógica, nuestro comportamiento. Yo soy, yo hago, yo tengo, yo quiero, yo sé.

El leproso, el paria, el último de los últimos, el pobre entre los pobres de Galilea nos sigue dando una lección. Quiere curarse, quiere estar limpio, quiere volver a ser aceptado entre suyos, quiere sentirse vivo y humano otra vez; pero él pone, en primer lugar el querer del Señor. Señor, si quieres seré limpio, si quieres estaré sano, extiendo mi mano a ti y lo que Tú quieras darme, eso será.

Así como el amor que le damos a Dios viene ya dado por ese mismo Dios, el seguimiento a la persona de Jesús es la respuesta al llamado que Él mismo hace; no se trata de un acto de nuestra voluntad. Él sana, restaura, nos llama, nos llena de vida, escucha y atiende nuestras súplicas, por Su voluntad.
Dura lección es esta si duro es el corazón que la recibe. Doblar la rodilla y decirle a Jesús, con el leproso de Galilea: "Si quieres, puedes limpiarme." Dejarlo todo en sus manos y confiar en Su misericordia.

Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: "Quiero; queda limpio." Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. (Marcos 1, 41-42)

Y después proclamar a todo el mundo, con nuestra vida y nuestras acciones, y a veces también con palabras: mira lo que Jesús hizo en mi vida, Él lo puede hacer en la tuya si lo dejas entrar en ella.

Le despidió al instante prohibiéndole severamente: "Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio." Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes. (Marcos 1, 43-45)

Que María, madre de Jesús y madre nuestra, nos ayude a guardar la palabra de Dios en nuestro corazón.


Dios mío, creo en ti


Dios mío, creo en ti, espero en ti, te amo sobre todas las cosas con toda mi alma, con todo mi corazón, con todas mis fuerzas; te amo porque eres infinitamente bueno y porque eres digno de ser amado; y, porque te amo, me pesa de todo corazón haberte ofendido: ten misericordia de mí, pecador. Amén.



Acuérdate,
¡oh piadosísima, Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que
han acudido a tu protección,
implorando tu auxilio
haya sido abandonado de Ti.

Animado con esta confianza,
a Ti también yo acudo,
y me atrevo a implorarte
a pesar del peso de mis pecados.

¡Oh Madre del Verbo!,
no desatiendas mis súplicas,
antes bien acógelas benignamente. Amén





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Momentos de Oración     
Pon en sus manos todo lo bueno y lo malo                                      
Adoración al Santísimo Sacramento   
Gracias, Señor por Tu Amor                                    
Meditaciones del Via Crucis 
Letanías al Sagrado Corazón de Jesús
Orar con los Salmos 
15 minutos en compañía de Jesús sacramentado  







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