Capilla Virtual - Su dolor, como el mío

¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!

Sea por siempre bendito y alabado.


Su dolor, como el mío
Madre Angélica

Usualmente, miramos a Jesús con una actitud estereotipada. Aceptamos fríamente con dureza de corazón sus sufrimientos y su dolor. De alguna manera pensamos, al menos inconscientemente, que Él tenía que hacer lo que hizo y nos quitamos el peso de encima encogiendo los hombros, sin la más mínima idea de lo asombroso que es el hecho de un Dios sufriente. No podemos comprender un amor que quiere experimentar nuestra miseria. El único amor que entendemos es ese que da calor a nuestros corazones y toca nuestras emociones. Preferimos sentir compasión o simpatía a sentir el dolor concreto de aquél a quien amamos.

Podemos ver a alguien que sufre de cáncer, pero nunca desearíamos sentir realmente cada uno de sus agudos y crudos dolores. Solemos decir que preferiríamos sufrir antes que ver sufrir a los que amamos, pero esto es generalmente una simple expresión de simpatía.

Nuestra meditación acerca de Sus sufrimientos es superficial y distante. Simples expresiones de piedad si tenemos algo de devoción o la mera aceptación del hecho histórico de que Él vino, sufrió y murió. Nos cuesta trabajo recordar esta realidad durante la Cuaresma y rápidamente la olvidamos en Pascua. Con qué alegría ponemos a un lado sus sufrimientos y sacamos los vestidos pascuales como si nos estuviéramos sacando algo desagradable de encima y empezáramos algo nuevo. Sí, la alegría de la Resurrección debe habitar siempre en nuestros corazones y darnos aquella esperanza que no conoce tristeza. Pero ¿acaso nos olvidamos de cuál es el signo pascual que asegura aquella esperanza con una fuente inagotable de alegría? “Mira mis manos y mis pies” fue lo que le dijo Jesús a Tomás. Su cuerpo resucitado y glorioso aún portaba las heridas. Pero estas heridas nos ofrecen un gran consuelo, la mayor alegría y confirman nuestra esperanza. Estas heridas nos abren el secreto de Su amor y nos otorgan una firme confianza en Su misericordia. Nunca más podremos dudar de su amor por nosotros, ni reclamarle por permitir que suframos injusticias en nuestras vidas, cuando Él nunca sufrió este doloroso aguijón.

Antes de la Redención podríamos haberle preguntado ¿Oh Dios, cómo sabes Tú lo que significa sufrir? ¿Estuviste alguna vez hambriento o sediento? ¿Has tenido acaso noches llenas de miedos o días de largas horas que soportar dolorosamente? ¿Alguna vez te has sentido solo o rechazado? ¿Alguna vez te han tratado injustamente o has llorado acaso? ¿Acaso alguna vez el poderoso viento ha atravesado tus huesos y te ha hecho temblar de frío? ¿Has necesitado alguna vez de un amigo, y al verlo llegar, observar como te da la espalda?

Su respuesta a todas estas preguntas hubiera sido “No”. Pero ahora ya no podemos fantasear mas porque su amor ha respondido a preguntas nunca antes pronunciadas. Ha querido sentir lo que nuestra naturaleza siente, soportar la debilidad y las limitaciones de nuestra condición pecadora, cargar con nuestro yugo y temblar con el viento frío.

“Las aves tienen nido y los zorros una guarida –le dijo a sus discípulos– pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). El comprender que el amor de Jesús compartió y sigue compartiendo nuestras penas y dolores, nos llena de una alegría “que ningún hombre puede quitarnos”. Nuestra alegría pascual constante está misteriosamente tejida y entretejida por la Cruz.

El cristiano experimenta y vive una paradoja. Siente alegría en el dolor, plenitud en el exilio, luz en la oscuridad, paz en la turbación, consuelo en la sequedad, contento en el sufrimiento y esperanza en la desolación. El cristiano comprometido tiene la habilidad de asumir el momento presente, mirarlo con la cabeza en alto, encarnar el espíritu de Jesús en las mismas circunstancias y actuar conforme a Él. Es difícil pero Él nos dijo que lo sería, porque la felicidad que nos ha prometido está más allá de esta vida. Se nos ha dado la oportunidad de ajustar nuestras vidas a vivir para siempre con la Santidad misma. Veamos como se asemejan nuestras vidas con la de Jesús, quizás sea más fácil cambiar nuestras vidas según la suya.


Himno Adoro te devote
Santo Tomás de Aquino

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.

Amén.


Himno Pange Lingua 
Santo Tomás de Aquino 


Canta, oh lengua, del glorioso,
Cuerpo de Cristo el misterio,
Y de la Sangre preciosa
Que, en precio del mundo
Vertió el Rey de las naciones
Fruto del más noble seno.
Veneremos, pues postrados
Tan augusto sacramento;
Y el oscuro rito antiguo
Ceda a la luz de este nuevo;
Supliendo la fe sencilla
Al débil sentido nuestro.
Al Padre, al Hijo,
Salud, honor y poder,
Bendición y gozo eterno:
Y al que procede de ambos
Demos igual alabanza.

Amén.


Búsqueda de Dios
Madre Angélica

Señor Dios, mi alma Te busca en medio de un vacío que nada puede llenar. Mi alma, como una mariposa, revolotea de una cosa a otra buscando descanso y encontrando nada. Sólo es en Ti que mi alma cansada encuentra la plenitud. Voy por la vida buscándote y cuando pienso que Te he encontrado, desciende la noche más oscura y Te has ido. Es entonces, cuando un nuevo amanecer se inicia lentamente, cuando Te hallo una vez más. Cuando paso el día buscándote, te encuentro en lugares inesperados. Mi vida es de verdad un juego de perder y hallar. Permite que mi búsqueda sea una canción de amor, de un alma privada del talento para contarte su amor. Permite que mis torpes modos sean un poema del deseo de decirte que Te amo. Permite que mis debilidades y fracasos sean como el lamento lastimoso de un pájaro herido que no puede volar solo a su nido. Permite a mi nada que se pierda en Tu Omnipotencia para que yo nunca pueda separarme de Ti. "... no llorarás ya más; de cierto tendrá piedad de ti, cuando oiga tu clamor; en cuanto lo oyere, te responderá." (Isaías 30, 19)





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