Cardenal Francois-Xavier Nguyen van Thuan.
En la prisión mis
compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi
esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha
abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de
haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan:
«¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención
de la clase opresora? ».
Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con
la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio.
Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria
En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su
derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si
hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes
tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús
le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él
olvida todos los pecados de aquel hombre.
Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus
pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice
simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho
amor» (Lc 7, 47).
La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la
casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo
y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha
olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para
pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed
el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en
los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha
sido hallado» (Lc 15, 22-24).
Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona
a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran
suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien
ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando
las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre
criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).
Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más!
¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en
generación...
Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja
desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones
llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la
samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez
sin cálculo, qué amor por los pecadores!
Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la
lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice:
«Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Lc 15,
89).
¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma!
¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus
amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir
los gastos...
Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el
corazón tiene sus razones, que la razón no conoce»
Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña
lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los
ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10).
El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta
como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas
promesas.
Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos
humanos, está destinada al fracaso.
Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus
discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el
alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.
A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las
zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20).
El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero
«autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de
principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los
que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia...,
bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque
vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312).
Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos
mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a
Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman
parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin
teléfono, sin fax...!
Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los
Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a
contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y
hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña». Al atardecer,
empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada
uno (cf. Mt 20, 116).
Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director
de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es
posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario
igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha
hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no
puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy
bueno?».
Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es
Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta
barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.
Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha
traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los
Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.
Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y
de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño
de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la
eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus
elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a
Dios, incorregibles.
Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi
vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia
de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que
Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi
corazón».
Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.
Cardenal Francois-Xavier Nguyen Thuan.
Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.
Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.
Al comienzo de
los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de
su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e
incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable
testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús