Personajes del Adviento: Isaías Anuncia al Mesías



"He aquí que una virgen está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel" (Isaías 7,14)

La grandiosa visión del año 740 a.c.

Dios está en el templo, sentado en un elevado trono; junto a él, los serafines cantan: “¡Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!”. A esta voz, las puertas tiemblan y una humareda inunda el recinto. Isaías grita: “¡Ay de mí, estoy perdido, porque siendo un hombre de labios impuros he visto con mis propios ojos al Señor de los ejércitos!” Pero uno de los serafines le aplica sobre la boca un carbón encendido, diciendo: “Al tocar esto tus labios, desaparece tu culpa y se perdona tu pecado”.

En ese instante oye la voz del Señor que pregunta: “A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” “Aquí estoy yo, envíame”– responde con prontitud. Dios lo envió, y transmitió con fidelidad la palabra del Altísimo al pueblo elegido y a todas las naciones de la tierra.

 

“Apóstol” y “Evangelista”

Casi nada dice la Escritura sobre la vida de Isaías. Sólo se sabe que era de noble cuna, que se casó y tuvo por lo menos dos hijos, a los que dio nombres llenos de misterio y simbolismo: Sear Iasub (un-resto-volverá) y Maher-Sha-lat- Hash-Baz (pronto-saqueo-próximo-pillaje).

Su nombre hebreo sería Iesayaú, que traducido significa Yavé es ayuda, se siente llamado al profetismo más o menos a los 25 años de su edad y profetizará al Pueblo de Dios durante cuarenta años. Su misión fue difícil: debía anunciar a sus compatriotas la huida de Israel y de Judá, en castigo de las infidelidades e idolatrías de su pueblo.

Todo cuanto dicen los demás profetas acerca del reino universal de Dios que debería ser instaurado por el Mesías, está contenido de alguna forma en el libro de Isaías, y con tanta claridad y amplitud que san Cirilo no vacila en darle el calificativo de “apóstol”, como san Jerónimo de “evangelista”.

El tono de su mensaje

El profeta Isaías quiere abrir los ojos y el corazón del pueblo a la esperanza en un futuro de libertad y de retorno a la patria, porque se acabó la esclavitud de Babilonia.

La consolación que el profeta anuncia con insistencia no es sólo de palabras, sino con indicaciones para preparar en el desierto un camino al Señor. Dios mismo se hace pastor que reúne el rebaño y lo conduce con amor. Es preciso gritar en voz alta este mensaje de esperanza.

El ambiente político que le tocó vivir fue muy tenso y difícil por la amenaza constante y creciente de Asiria: La superioridad del enemigo es muy clara y, de nuevo, esa claridad ahonda aún más y pone de relieve la pobreza y la limitación del profeta y del pueblo.

Frente a esta situación de incertidumbre se producen dos reacciones entre los judíos creyentes: una, la de los reyes y dirigentes del pueblo que buscan hacer alianzas y pactos con otros pueblos oprimidos para ver la manera de liberarse del invasor; la otra es la de Isaías y un número reducido de fieles que, partiendo del reconocimiento de su pobreza, ponen su confianza y su fe solamente en el Señor, en la certeza que será Él el único y el auténtico liberador.

Isaías interpreta el peligro y la amenaza extranjera desde su punto de vista profético, y no como lo habría hecho un observador político: Es Dios el que habla y frente a este Dios que se manifiesta, hay que tomar algunas actitudes concretas para purificar nuestra relación con Él y para asumir el camino que el mismo Señor nuestra a su Pueblo.

La prédica a la gente de su tiempo

– sustituir los criterios y las seguridades humanas por los ideales propuestos por Dios; confiar más en el Señor que en las ayudas de salvación que nos puedan venir de los hombres, de las instituciones, de los pactos con los poderosos;

– redescubrir el verdadero rostro del Yaveh, despojarnos del concepto negativo que se tiene de Dios y descubrirlo como el Dios clemente, compasivo, misericordioso, siempre dispuesto a perdonar y comprender;

– aceptar nuestra indigencia, nuestra falta de méritos, nuestra pobreza, como punto de partida en la vuelta a Dios; jamás uno que no se sienta indigente, saldrá de sí para pedir ayuda o perdón;

– condiciones para lograr el reencuentro con Dios: la fe incondicional en el Señor; la confianza absoluta en su bondad y en sus promesas de salvación que, aunque hayan estado limitadas por el castigo, este castigo era el correctivo necesario para el pueblo lograra comprender la bondad salvadora de Yaveh.

Profeta mesiánico por excelencia

De todos los profetas ninguno hizo el relato completo de la venida del Redentor. Cada cual dejó su contribución parcial a la formación del grandioso conjunto.

Sus oráculos se hicieron oír sobre todo bajo los reyes de Judea y en la época del Cautiverio de Babilonia, pero la obra sólo quedó terminada con Malaquías, el último de los profetas. Y cuando en el desierto el Precursor le señaló a los judíos “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) se dijo la última palabra: estaba presente el Simbolizado, Jesús de Nazaret; las expresiones simbólicas no tenían ya razón de ser. Sin embargo, el que más contribuyó a la construcción de ese magnífico edificio profético fue Isaías, al punto que puede considerársele como el profeta mesiánico por excelencia.

Todo lo bueno que había en la humanidad clamaba a Dios, implorando la venida del Redentor. Isaías expresa ese ardoroso deseo en forma de plegaria: “Cielos, destilen el rocío; nubes, lluevan la liberación; que la tierra se abra, que brote la salvación y germine a la vez la justicia” (45.8).

Y es él quien declara que Jesús será de la estirpe de David, cuyo padre era Jesé: “Saldrá un retoño del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor […] Aquel día, el renuevo de la raíz de Jesé se alzará como estandarte para los pueblos; le buscarán las gentes, y será gloriosa su morada” (11, 1-10).





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