Estás aquí, Señor, en la libertad que nos hace libres



No te vemos pero, en Belén, te hiciste hombre, te dejaste tocar, adorar, amar y ofrendar. No te escuchamos, pero en el Espíritu tu voz habla con fuerza. Fuiste, Cristo, la última palabra que pronunciaste, la que se mantiene viva perenne con el transcurso de los años y de los siglos. No te alcanzamos con la mano pero en la Eucaristía vives y nos fortaleces nos haces sentir tu cercanía y tu compromiso tu poder y tu auxilio, tu Gracia y tu bondad. Estás aquí, Señor

Que no te dejemos más allá del sol y de la luna pues bien sabemos, oh Dios, que eres sol de justicia cuando te buscamos en las luchas de cada día o te defendemos en los más necesitados. Cuando te anhelamos en un mundo que necesita ser mejor o te descubrimos en la común unión con los otros. Estás aquí, Señor.

Tu secreto, un secreto a voces, es el amor del Padre, con el Hijo y en el Espíritu. Una familia que, estando sentada en el cielo, camina con los pies de Cristo en la tierra. Una conversación que, dándose en el cielo, se escucha con nitidez a través del Espíritu Santo. Una mesa que, asentándose en el cielo, se prolonga en la casa de todos aquellos que cantan, creen, viven y se asombran ante el Misterio Trinitario. Estás aquí, Señor.

En el amor que se comparte En la libertad que nos hace libres. En los lazos que unen En el despliegue de ternura y de comprensión. En la personalidad de cada uno. En el afán de buscar puentes y no divisiones. Estás aquí, Señor.




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