La lección del leproso: Si quieres, puedes limpiarme

Por Manuel Rodriguez Diaz.

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: "Si quieres, puedes limpiarme." (Marcos 1, 40) 

Señor dame, Señor hazme, Señor concédeme; yo quiero esto, yo quiero aquello, yo, yo, yo… así es nuestro pensamiento tantas veces; nuestra lógica, nuestro comportamiento. Yo soy, yo hago, yo tengo, yo quiero, yo sé. 

El leproso, el paria, el último de los últimos, el pobre entre los pobres de Galilea nos sigue dando una lección. Quiere curarse, quiere estar limpio, quiere volver a ser aceptado entre suyos, quiere sentirse vivo y humano otra vez; pero él pone, en primer lugar el querer del Señor. Señor, si quieres seré limpio, si quieres estaré sano, extiendo mi mano a ti y lo que Tú quieras darme, eso será. 

Así como el amor que le damos a Dios viene ya dado por ese mismo Dios, el seguimiento a la persona de Jesús es la respuesta al llamado que Él mismo hace; no se trata de un acto de nuestra voluntad. Él sana, restaura, nos llama, nos llena de vida, escucha y atiende nuestras súplicas, por Su voluntad. 

Dura lección es esta si duro es el corazón que la recibe. Doblar la rodilla y decirle a Jesús, con el leproso de Galilea: "Si quieres, puedes limpiarme." Dejarlo todo en sus manos y confiar en Su misericordia.

Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: "Quiero; queda limpio." Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. (Marcos 1, 41-42)

Y después proclamar a todo el mundo, con nuestra vida y nuestras acciones, y a veces también con palabras: mira lo que Jesús hizo en mi vida, Él lo puede hacer en la tuya si lo dejas entrar en ella. 

Le despidió al instante prohibiéndole severamente: "Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio." Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes. (Marcos 1, 43-45)

Que María, madre de Jesús y madre nuestra, nos ayude a guardar la palabra de Dios en nuestro corazón.


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