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Aplausos silenciosos

El mundo está lleno de aplausos. En la televisión y en el cine, en la escuela y en el estadio, en el parlamento y hasta en los funerales.

Los aplausos muestran aprobación y aprecio. Un grupo de hombres y mujeres acoge palabras o gestos con satisfacción. Tras una victoria, un buen discurso, una intervención acertada en un debate, llegan los aplausos.

Hay aplausos, sin embargo, que no se escuchan. Vienen de un mundo diverso del nuestro, donde los parámetros son diferentes.

No se valora allá el ingenio de una respuesta, ni la belleza de un rostro, ni el gol que decide una victoria, ni la acrobacia de un artista.

En ese mundo de lo invisible se aplaude el gesto humilde de quien restablece lazos en la familia; de quien perdona al que no lo merece; de quien aguanta sus quejas para crear un clima sereno en el trabajo; de quien renuncia a parte de sus bienes para ayudar a un necesitado; de quien un día sí y otro también visita a ese enfermo que pasa horas de dolor atado a una cama de hospital; de quien es fiel a sus propósitos buenos a pesar de la indiferencia que le rodea.

Sobre todo, llegan aplausos silenciosos cuando un pecador reconoce su culpa, mira un crucifijo, pide sinceramente perdón por sus faltas, y acoge el gran abrazo de la misericordia en el sacramento de la penitencia. Entonces, estalla un aplauso prolongado en el cielo, e inicia una fiesta grande, una auténtica explosión de alegría.

Hay aplausos diferentes en un mundo distinto del nuestro, y sin embargo tan cercano. Porque entre espíritus no hay distancias, y los ángeles nos acompañan en ese camino incierto del existir humano. Sus aplausos reflejan, desde su silencio celeste, la bondad de un Dios que vive pendiente de lo que hace cada uno de sus hijos humanos.

Sí: hay aplausos silenciosos que se basan en una escala de valores muy diferente a la que domina en nuestro mundo de prisas y de apariencias. Son aplausos que van a lo más profundo y lo más bello, porque reconocen la acción de Dios que cambia corazones y que abraza a cada hijo arrepentido.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

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