Por Manuel Rodriguez Diaz.
Muchos han preguntado, desafiantes: ¿Quién es ese Dios, tan inseguro, que necesita que lo alaben y lo amen? – Dios no necesita de mi amor porque mi amor no es mío, es suyo. Dios no necesita que lo alabe; yo necesito alabarlo.
Palabras de Verdad, incómodas y difíciles de aceptar interiormente. Si digo que amo a Dios y odio a mi hermano, miento. Si digo que le sirvo a Dios y no le sirvo a mi prójimo, miento. Si digo: yo voy a la Iglesia para servirle al Señor y no la comunidad ni mucho menos al cura, entonces MIENTO con mayúsculas y con soberbia desbordante. Pero, ¿a quién le estoy mintiendo? ¿A ese Dios al que digo amar, o a ese Yo que miro en el espejo todos los días? Me atrevo a parafrasear: si no le sirvo a mi hermano, a quien veo, no estoy sirviéndole a Dios a quien no veo.
¿Así? o más claro. Seguir este mandamiento, haciéndolo vida en nuestra vida, puede parecer un enorme sacrifico, sin embargo, con lúcida sencillez, el Santo Padre Emérito Benedicto XVI, en su Carta encíclica Deus Caritas Est, nos dejó una fórmula breve, para amar a Dios en nuestro prójimo, en nuestros hermanos: "Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar".
Que por la intercesión de María, madre nuestra, la palabra de Dios siga resonando en nuestro corazón.