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¿Quién es ese Dios, tan inseguro, que necesita que lo alaben y lo amen?

Por Manuel Rodriguez Diaz.

“Nosotros amemos, porque él nos amó primero”, nos dice San Juan (1 Jn 4, 19) y es que sin el amor de Dios nada somos y en su amor todo lo podemos ser.

Muchos han preguntado, desafiantes: ¿Quién es ese Dios, tan inseguro, que necesita que lo alaben y lo amen? – Dios no necesita de mi amor  porque mi amor no es mío, es suyo. Dios no necesita que lo alabe; yo necesito alabarlo

“Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”, continua la primera carta de San Juan. (1 Jn 4, 20)

Palabras de Verdad, incómodas y difíciles de aceptar interiormente. Si digo que amo a Dios y odio a mi hermano, miento. Si digo que le sirvo a Dios y no le sirvo a mi prójimo, miento. Si digo: yo voy a la Iglesia para servirle al Señor y no la comunidad ni mucho menos al cura, entonces MIENTO con mayúsculas y con soberbia desbordante. Pero, ¿a quién le estoy mintiendo?  ¿A ese Dios al que digo amar, o a ese Yo que miro en el espejo todos los días? Me atrevo a parafrasear: si no le sirvo a mi hermano, a quien veo, no estoy sirviéndole a Dios a quien no veo.

“Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”  (1 Jn 4, 21) 

¿Así? o más claro. Seguir este mandamiento, haciéndolo vida en nuestra vida, puede parecer un enorme sacrifico, sin embargo, con lúcida sencillez, el Santo Padre Emérito Benedicto XVI, en su Carta encíclica Deus Caritas Est, nos dejó una fórmula breve, para amar a Dios en nuestro prójimo, en nuestros hermanos: "Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar".

Que por la intercesión de María, madre nuestra, la palabra de Dios siga resonando en nuestro corazón.



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