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La segunda conversión


Padre Nicolás Schwizer 

En la vida de cada cristiano auténtico, debería haber una segunda conversión: Darse cuenta de que ser cristiano es algo más que vivir costumbres, tradiciones y hasta rutinas cristianas. 
La Iglesia nos invita a los cristianos a la conversión permanente, perfecta, definitiva. Es un desafío para todos nosotros. Nos estimula a revisar nuestro propio camino de conversión, nuestros progresos personales hacia la santidad.

¿Qué significa conversión para nosotros?
Es un cambio serio, profundo, total, que abarca toda la persona. Cambio de mentalidad, cambio interior, de actitudes interiores que nos lleva a transformar también toda la vida exterior.



La primera conversión. En la vida de cada cristiano existe una primera conversión. El día de nuestro Bautismo, todos fuimos convertidos. Dios cambió radicalmente nuestra vida, por la gracia y fuerza divina. Nos llamó a vivir como redimidos, como hijos queridos de Dios. Pero no tuvimos mucha participación todavía en esa conversión.

La Segunda conversión. Por eso, en la vida de cada cristiano auténtico, debería haber una segunda conversión: Darse cuenta de que ser cristiano es algo más que vivir costumbres, tradiciones y hasta rutinas cristianas. Tomar una decisión muy personal de vivir una vida cristiana, vida entregada, generosa, comprometida - por convicción personal, no solo por decisión de los papás, como en el Bautismo.

Esta conversión definitiva es un volverse, un abrirse con todo el ser a Dios y a los hermanos. Y la mejor expresión de ello es la confesión, sacramento de la reconciliación y la conversión. Nuestras confesiones de Cuaresma han de ser pasos decisivos hacia un cambio sincero y radical.


Conversión radical. Quizás tenemos un concepto demasiado simplista de lo que es conversión: pasar de una situación de ateísmo o de corrupción moral a la fe o a una vida recta. Y es verdad, existen conversiones de este tipo: un cambio radical de camino, la decisión por una vida nueva. Un ejemplo preclaro de ello tenemos en San Pablo. Otros ejemplos son San Agustín, San Francisco d e Asís, San Ignacio de Loyola, Charles de Foucauld, etc.

Hasta podemos decir que la historia de la Iglesia es la historia de sus conversiones y renovaciones, la historia de sus grandes convertidos a lo largo de los siglos.

También en nuestro tiempo actual encontramos movimientos que impulsan a la conversión radical: p.ej. Cursillos de cristiandad, Movimiento de Renovación Carismática, etc.

Conversión permanente. Pero existe también otra forma, una forma más corriente de conversión. Se trata de personas que no cambian su vida de un modo tan drástico, tan instantáneo, que no hacen virajes tan espectaculares.

Todos sabemos que la conversión normalmente no se da de un día a otro. Es un proceso largo de cambio, una conversión permanente. Consiste en pequeñas conversiones, conversiones diarias.

Son personas que elevan sin cesar su vida, que cada año se les ve más generosas, más profundas, más entregadas. Son los hombres y mujere s de las pequeñas conversiones, de la “conversión diaria”. Supongo y espero que todos nosotros pertenezcamos a este tipo de convertidos.

El fuego de la conversión. Podríamos expresar estas dos formas de conversión a través de una imagen: la conversión es como un fuego. Recordemos la palabra de Jesús: “Vine a traer fuego a la tierra” (Lc 12,49). Y todos los convertidos se han visto atraídos por ese fuego de Jesús: Para algunos es como un fuego que parece abrasarlos de repente y todo cambia.
Para otros, sin duda la gran mayoría, el fuego es discreto, lento, interior, pero constante; un fuego que ilumina, calienta, acrisola; que permanentemente se reanima y extiende.

Pidámosle a María y a Jesús, que despierten en nosotros un gran anhelo de cambiar, y que nos regalen la gracia de la transformación permanente.



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