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Debe ser terrible

Manuel Rodriguez Diaz

Debe ser terrible ser un adulante y practicar diariamente la lealtad irreflexiva. Masticar migajas lanzadas al vuelo por el poderoso al mando, no dejar salir ni un pensamiento sin autorización.

Claro, a lo mejor todo eso es más fácil de sobrellevar al volante de una camioneta Hummer o tomando clases de equitación, cata de vinos o cualquier cosa parecida. A lo mejor el poder de fulminar cualquier intento de crítica repitiendo una consigna al tiempo que se ven abiertas las puertas a un paraíso de caprichos reprimidos, le gana fácilmente la partida a escrúpulos de tiempos más inocentes.

Debe ser terrible no tener conciencia con la cual lidiar, viajar al monte Everest si te da la gana y prohibirle la salida del país a quien se te ocurra. Olvidarte de lo que creías, incluso olvidar que alguna vez creíste en algo.

Lo peor deben ser las pesadillas. Esas noches terribles cuando te imaginas señalado por el dedo del poder; estás fuera, oyes que te gritan en tu mal sueño, y las lágrimas te corren por la cara sin control cuando despiertas. Entonces esperas con afán que llegue el día para volver al trabajo que se ha convertido en el ejercicio único de tu existencia: que debo hacer y qué debo decir hoy para seguir recibiendo el aliento protector del gran jefe, tan benemérito él.

Debe ser terrible ser parte de un clan y no poder confiar en tus camaradas, ya que no puedes saber cuál será el que vaya con el chisme que haga que el patrón te mire feo una vez y después ya no te mire más. Terrible de verdad, cuando te das cuenta que cortaste todo contacto con el mundo real, ese que existe detrás de los vidrios ahumados, de las espaldas de tus guardaespaldas, de los altos muros y las casetas de vigilancia.

Sabes que estás atrapado y no puedes regresar a ese mundo que ahora te parece tan lejano y tan pequeño, ese en el que las gentes son tan arrogantes que tienen el descaro de querer vivir en paz.



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