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Camino - San Josemaría Escrivá de Balaguer (II)

María Santísima, Madre de Dios, pasa inadvertida, como una más entre las mujeres de su pueblo.

—Aprende de Ella a vivir con "naturalidad".


Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. —Pocas devociones —hay muchas y muy buenas devociones marianas— tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. —Además ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!


Cuando te preguntaron qué imagen de la Señora te daba más devoción, y contestaste —como quien lo tiene bien experimentado— que todas, comprendí que eras un buen hijo: por eso te parecen bien —me enamoran, dijiste— todos los retratos de tu Madre.

María, Maestra de oración. —Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. —Y cómo logra.

—Aprende.


Soledad de María. ¡Sola! —Llora, en desamparo.

—Tú y yo debemos acompañar a la Señora, y llorar también: porque a Jesús le cosieron al madero, con clavos, nuestras miserias.

La Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, aquietará tu corazón, cuando te haga sentir que es de carne, si acudes a Ella con confianza.

El amor a la Señora es prueba de buen espíritu, en las obras y en las personas singulares.

—Desconfía de la empresa que no tenga esa señal.

La Virgen Dolorosa. Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos, frente a frente: El... y tú.

¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! —No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni —fuera de las primicias de Caná— a la hora de los grandes milagros.

—Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, "iuxta crucem Jesu" —junto a la cruz de Jesús, su Madre.

Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano —no hay dolor como su dolor—, llena de fortaleza.

—Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz.

¡María, Maestra del sacrificio escondido y silencioso!

—Vedla, casi siempre oculta, colaborar con el Hijo: sabe y calla.

"Ne timeas, Maria!" —¡No temas, María!... —Se turbó la Señora ante el Arcángel.

—¡Para que yo quiera echar por la borda esos detalles de modestia, que son salvaguarda de mi pureza!

¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya —"fiat"— nos has hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. —¡Bendita seas!

Antes, solo, no podías... —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!

Confía. —Vuelve. —Invoca a la Señora y serás fiel.

¿Que por momentos te faltan las fuerzas? —¿Por qué no se lo dices a tu Madre: "consolatrix afflictorum, auxilium christianorum..., Spes nostra, Regina apostolorum"?

¡Madre! —Llámala fuerte, fuerte. —Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha.


San Josemaría Escrivá de Balaguer

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