P. Mariano de Blas
Jesucristo se nos da en la Eucaristía como Compañero de camino.
Recordemos aquel pasaje de los dos discípulos de Emaús que se iban de
Jerusalén a su pueblito, tal vez con la convicción de que no había ya
nada que hacer. Regresaban a lo de antes, regresaban a su vida antigua.
Y, de pronto, un caminante se les acerca, un caminante que no quería, no
permitía que lo reconocieran; era Jesús. Comienza una conversación más o
menos larga, un poco difícil al principio, porque hasta le dicen:
“¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado en Jerusalén?”
Y Él pregunta: “¿qué?, ¿qué ha pasado?” Después… les explica con la
Biblia en la mano todos los pasajes que se referían a Él; dando
obviamente a esta explicación un calor, una vitalidad que tuvo efecto
Cuando ya llegaron a Emaús, Jesús hizo el ademán de seguir adelante,
como queriendo decir: ¡si me necesitan, díganmelo! Entonces le dijeron:
¡Quédate con nosotros! Lo invitan a cenar, Y a lo que voy es a esto, que
cuando están cenando, Él permite que lo reconozcan: se les abren los
ojos, y en ese momento se desaparece. La frase en la que me quiero fijar
ahora es ésta, la que dijeron ellos: ¿No ardía nuestro corazón mientas
nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras? Eso es lo que
pasa con los cristianos, con las personas que tienen fe en la
Eucaristía, en los que saben reconocer que en el camino de su vida nunca
van solos; Jesús va con ellos. “Yo estaré con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo”
La vida puede ser dura, puede tener muchas lágrimas, muchas
amarguras, mucho sufrimiento, pero es muy distinto sufrir solos que
sufrir con Jesús; es muy diferente caminar solos por la vida que caminar
codo con codo con Jesús de Nazareth; su presencia transforma el mismo
sufrimiento en una cosa distinta. Pero muchas veces nosotros nos
empeñamos en caminar solos por la vida; nos hacemos una vida amarga,
dura, demasiado difícil, y Jesús nos podría decir: “¿No estoy yo aquí?
¿por qué no me llamas? ¿por qué no crees en Mí?
“Venid a mí todos: los leprosos, los tullidos, los endemoniados”. Todos cabemos ahí
¿Pero, dónde estás, dónde das cita?
Y Él nos dice:
“En todos los Sagrarios del mundo”- En tu parroquia, de día y de noche, sin horas de citas, con ganas enormes de darnos lo que nos ha regalado a precio de su sangre.
“Venid a mí todos: los leprosos, los tullidos, los endemoniados”. Todos cabemos ahí
¿Pero, dónde estás, dónde das cita?
Y Él nos dice:
“En todos los Sagrarios del mundo”- En tu parroquia, de día y de noche, sin horas de citas, con ganas enormes de darnos lo que nos ha regalado a precio de su sangre.
No cabe duda que se le queman las manos y el corazón por ayudarnos.
Ojalá que vayamos muchas veces, aunque sea con el alma destrozada,
tristes, cansados, y sepamos hallar allí la paz y el consuelo
prometidos.
El que queda más contento es Él, porque Cristo encuentra su felicidad
en curarnos, en salvarnos, en darnos la paz. ¡Hagamos feliz a Cristo!
Podemos entristecerlo o alegrarlo, si vamos a Él con fe, o si huomos de
Él como el joven rico. Zaqueo hizo feliz a Jesús en día de su
conversión; María Magdalena hizo feliz a Jesús el día de su cambio de
vida. El Hijo pródigo hizo feliz al Padre Celestial, al regresar; pero
el joven rico lo puso muy triste. Cuando tú te vas, ten la certeza de
que Jesús llora, y, cuando regresas, ten la certeza de que Jesús está
muy contento.
Pensemos, por otra parte, en aquellos que no vienen a la Eucaristía.
¡Cuantos hombres hay hoy infelices, desgraciados, desesperados, ¡cuantos
jóvenes, sobre todo, que están en la primavera de la vida, y están
viviendo la crueldad y la dureza de un invierno! Estando el remedio tan
cerca. La fuente a unos pasos, y morirse de sed. Además siendo tan
fácil, porque ¿qué hace falta para acercarnos a Cristo en la Eucaristía?
Tener un alma dispuesta, ser humildes, un precio bastante pequeño.
Es necesario llegar a ese Cristo, a ese compañero de camino y decirle
desde el corazón :”Tengo un hambre y una sed incontenibles. Vengo
cansado de buscar por mil caminos… No he encontrado, no he encontrado
paz, ni amor verdadero; no he encontrado sentido a la vida… lejos de ti.
Y tú has dicho que eres el camino, la verdad y la vida ¡Por eso vengo a
pedirte ese maravillosos Pan de tu Eucaristía, quiero comer de ese pan
para encontrar la paz, la vida verdadera, el amor y la felicidad
auténticos! “Señor, danos siempre de ese pan y acompáñanos siempre en
nuestro caminar”
Autor: P. Mariano de Blas