Leer, oír, hablar, mirar,
hacer, comer, dormir. Empezar y terminar. Mil actividades se suceden en nuestro
camino humano.
Nos dejamos arrastrar por
conquistas y por penas, por deseos y por miedos, por anuncios y por amigos, por
sueños y por proyectos.
Estamos dispersos. Nos
derramamos en cientos de intereses. Buscamos alegrías y descanso en nuevos
instrumentos, en juegos electrónicos, en mensajes y llamadas por teléfono.
El día inicia entre prisas. La
jornada avanza entre satisfacciones por lo hecho y angustias al ver lo mucho
que quedará por hacer. La noche llega entre tensiones y cansancios, mientras la
mente vuela hacia lo que tal vez ocurrirá mañana.
El mundo corre frenético entre
dispersiones y prisas que desgastan. Los progresos técnicos nos apartan de la
contemplación que tanto ayuda para descubrir lo importante, lo bello, lo bueno.
Sentimos que falta tiempo para
pensar sobre el sentido profundo de la vida. Necesitamos abrir espacios de
reflexión para el alma.
Las preguntas esenciales siguen
allí. ¿Para qué vivo? ¿Por qué empecé a existir? ¿Hacia dónde van mis pasos?
¿Qué ocurre más allá de la frontera de la muerte?
Hace falta dejar de lado
ocupaciones que dispersan y aturden. Este día necesito un poco de tiempo para
lo importante.
Sólo así podré abrirme a lo más
serio y más grande de la vida. Tendré la oportunidad de asomarme a horizontes
de belleza que dan sentido a la maravillosa aventura humana. Descubriré que
vengo de un Dios que ama a sus hijos. Recordaré que avanzo cada instante hacia nuestro
encuentro eterno. Abriré el corazón a quienes esperan cariño y ayuda de mis
manos.
Autor:
P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net