El mundo está lleno de aplausos. En la televisión y en el cine, en la escuela y en el estadio, en el parlamento y hasta en los funerales. Los aplausos muestran aprobación y aprecio. Un grupo de hombres y mujeres acoge palabras o gestos con satisfacción. Tras una victoria, un buen discurso, una intervención acertada en un debate, llegan los aplausos. Hay aplausos, sin embargo, que no se escuchan. Vienen de un mundo diverso del nuestro, donde los parámetros son diferentes. No se valora allá el ingenio de una respuesta, ni la belleza de un rostro, ni el gol que decide una victoria, ni la acrobacia de un artista. En ese mundo de lo invisible se aplaude el gesto humilde de quien restablece lazos en la familia; de quien perdona al que no lo merece; de quien aguanta sus quejas para crear un clima sereno en el trabajo; de quien renuncia a parte de sus bienes para ayudar a un necesitado; de quien un día sí y otro también visita a ese enfermo que pasa horas de dolor atado a una cama ...
"Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva." Juan 4,10