El Espíritu Santo según el Santo Cura de Ars


El hombre es terrestre y animal; sólo el Espíritu Santo puede elevar su alma y llevarla hacia lo alto. ¿Por qué los santos estaban tan despegados de la tierra? Porque se dejaban conducir por el Espíritu Santo. Los que son conducidos por el Espíritu Santo tienen ideas justas. Por eso hay tantos ignorantes que saben más que los sabios.

Cuando se es conducido por un Dios de Fuerza y de Luz, no hay equivocación. Como las lentes que aumentan los objetos, el Espíritu Santo nos hace ver el bien y el mal en grande. Con el Espíritu Santo todo se ve en grande: se ven las menores faltas. Como un relojero que con sus lentes distingue los más pequeños engranajes de un reloj, con las luces del Espíritu Santo distinguimos todos los detalles de nuestra pobre vida. Entonces, las más pequeñas imperfecciones se agrandan, y los pecados más leves dan pavor.

Los que tienen el Espíritu Santo no pueden sentirse complacidos con ellos mismos, porque conocen su pobre miseria. Los orgullosos son los que no tienen al Espíritu Santo. Las gentes mundanas no tienen al Espíritu Santo; o, si lo tienen, no es más que de paso: Él no se detiene en ellos. El ruido del mundo le hace marcharse. El ojo mundano no ve más lejos que la vida. El ojo del cristiano ve hasta el fondo de la eternidad. Para el hombre que se deja conducir por el Espíritu Santo parece que no hay mundo; para el mundo, parece que no hay Dios.

Los que se dejan conducir por el Espíritu Santo sienten toda clase de felicidad dentro de ellos mismos; mientras que los malos cristianos ruedan sobre espinas y piedras. Un alma que tiene el Espíritu Santo no se aburre nunca de la presencia de Dios, pues de du corazón sale una transpiración de amor. El corazón se dilata, se baña en amor divino. El pez no se queja nunca de tener mucha agua: el buen cristiano no se queja nunca por estar mucho tiempo con Dios. Hay quienes encuentran la religión aburrida, es porque no tienen al Espíritu Santo. El Buen Dios,

enviándonos el Espíritu Santo, ha hecho como un gran rey que encarga a su ministro que vaya con uno de sus súbditos, diciéndole: ‘acompaña a este hombre a todas partes y me lo traes sano y salvo’ ¡Qué bello es ser acompañado por el Espíritu Santo! Es un buen guía. ¡Y…que hay quienes no quieren seguirle!

Sin el Espíritu Santo, somos como una piedra de las que ves en el camino. Coge en una mano una esponja empapada de agua y en la otra una piedra; apriétalas igualmente. No saldrá nada de la piedra y de la esponja verás salir el agua en abundancia. La esponja es el alma llena del Espíritu Santo; y la piedra es el corazón frío y duro donde el Espíritu Santo no vive.


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