Alzo mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio me viene de Yahveh, que hizo el cielo y la tierra. (Salmo 121, 1-2)
¿Hasta cuándo serán torpes de corazón, amando vanidad, rebuscando mentira? (Salmo 4,2)
Clamé al Señor en mi angustia, a mi Dios invoqué; y escuchó mi voz desde su Templo, resonó mi llamada en sus oídos. (Salmo 18,6)
Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos. (Salmo 33, 20-21)
He visto al impío muy arrogante empinarse como un cedro del Líbano; pasé de nuevo y ya no estaba, le busqué y no se le encontró. (Salmo 37, 35-36)
Dichoso el hombre aquel que en el Señor pone su confianza, y no se va con los rebeldes, que andan tras la mentira. (Salmo 40,4)
Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi oración ni su amor me ha retirado! (Salmo 66,20)
Vuelve, alma mía, a tu reposo, porque el Señor te ha hecho bien. Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de mal paso. (Salmo 116, 7-8)
Si ando en medio de angustias, tú me das la vida, frente a la cólera de mis enemigos, extiendes tú la mano y tu diestra me salva (Salmo 138,7)
¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. (Salmo 1, 1-3)