La vocación en tiempos difíciles





Manuel Rodriguez Diaz. 
  
En estos tiempos, cuando a san Pedro y a san Pablo les cerrarían furiosamente la puerta de los seminarios, san Ignacio de Loyola no sería admitido por los Jesuitas, a san Agustín no le dejarían entrar los Agustinos y a san Francisco lo echarían los Franciscanos; en estos tiempos difíciles, Jesús sigue eligiendo y llamando, sigue diciendo: ven y sígueme. Cuando yo abro nadie cierra, cuando yo cierro nadie abre.

La vida religiosa y el sacerdocio se ofrecen como opciones de carrera, como si de profesiones se tratara, a jóvenes adolescentes, tal como se les invita a estudiar derecho, medicina u alguna otra cosa. Ser religiosa o religioso no es un trabajo como cualquier otro. No es algo que se hace, es algo que se es.


La pastoral vocacional en la iglesia católica en general, incluyendo diócesis, congregaciones, comunidades e institutos de vida religiosa, se ha adaptado al mundo sistematizando su labor, y ha olvidado su papel fundamental de servir de dirección espiritual que guie el camino de discernimiento que han de seguir los que son llamados a la vida consagrada, y que han sido y son convocados todos los días por el único pastor, el único que llama, el dueño de la mies que invita a los trabajadores a su campo.

Es así como la devoción y la buena conducta de un jovencito puede hacer creer a quienes lo rodean en su parroquia, incluyendo a su párroco, que sería un buen sacerdote, y al tener la edad y los requisitos mundanos que se exigen, ser inducido a formarse en el seminario sin que realmente haya sido llamando a hacer tal cosa, y el resultado es, en el mejor de los casos, el de un joven que abandona a mitad de camino confundido y sin rumbo; y en el peor de los casos… un mal sacerdote, de esos que tanto y tanto daño hacen.

Jesús derribó a Saulo del caballo de su soberbia y lo hizo apóstol; fue Jesús, el Señor, no Santiago ni Juan quien lo convirtió en el Pablo que anuncio el evangelio, estos comprendieron y aceptaron la acción del espíritu santo

Simón, Pedro, teniendo familia, fue llamado por el señor y lo dejó todo para seguirle. Ignacio y Agustín dejaron atrás una vida de grandes e innumerables pecados, y Dios hizo de ellos vigorosos testimonios de la iglesia. Francisco vivió su vocación al extremo, entregando cada átomo de su ser.

Algunos son llamados siendo muy jóvenes, otros no tanto. Algunos después de recorres senderos oscuros y tormentosos, otros irradiando virtudes durante toda su vida. Unos y otros recibieron el mismo llamado: ven y sígueme… y el llamado lo hace Jesús, el Cristo Señor Nuestro. 

La iglesia necesita muchos Eli que sepan servir de intérpretes, para que ayuden a esos Samuel que escuchan la llamada y no saben responder. La vocación religiosa depende de la voluntad de Dios y no de los intereses humanos. 

Cuadro: La conversión de San Pablo, por Caravaggio


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