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El Sí de María


«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38)

Estas palabras señalan el comienzo de la divina aventura de María. El ángel le acababa de desvelar el proyecto de Dios sobre ella: ser la madre del Mesías. Antes de dar su consentimiento, quiso asegurarse de que ésa fuese verdaderamente la voluntad de Dios y una vez comprendido que eso era lo que Él quería, no dudó un momento y aceptó plenamente. Desde entonces, María siguió abandonándose completamente a la voluntad de Dios, incluso en los momentos más dolorosos y trágicos.

Porque cumplió, no su voluntad sino la de Dios, porque se fió plenamente de lo que Dios le pedía, todas las generaciones la llaman bienaventurada (cf. Lc 1,48) y Ella se realizó plenamente hasta llegar a ser la Mujer por excelencia.

De hecho, éste es el fruto de cumplir la voluntad de Dios: realizar nuestra personalidad, conquistar nuestra plena libertad, alcanzar nuestro verdadero ser. Dios ha pensado en nosotros desde siempre, nos ha amado desde toda la eternidad; siempre hemos ocupado un lugar en su corazón. Al igual que a María, Dios también quiere desvelarnos lo que ha pensado sobre cada uno de nosotros, quiere darnos a conocer nuestra verdadera identidad. “¿Quieres que haga de ti y de tu vida una obra de arte? - parece decirnos- Sigue el camino que te indico y llegarás a ser el que siempre has sido en mi corazón. De hecho, yo he pensado en ti y te he amado desde toda la eternidad, he pronunciado tu nombre. Al decirte mi voluntad te revelo tu verdadero yo”.

Por lo tanto, su voluntad no es una imposición que nos coarta, sino la manifestación de su amor por nosotros, de su proyecto sobre nosotros; y es sublime como Dios mismo, fascinante y cautivador como su rostro: es Él mismo quien se da. La voluntad de Dios es un hilo de oro, una trama divina que teje toda nuestra vida terrena y la del más allá; va de eternidad a eternidad: primero en la mente de Dios, luego en esta tierra, y por fin, en el Paraíso.

Pero, para que el designio de Dios se cumpla en toda su plenitud, Dios pide mi consentimiento y el tuyo, como se lo pidió a María. Sólo así se realiza la palabra que pronunció sobre mí y sobre ti. Por lo tanto, igual que María, nosotros también estamos llamados a decir:.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»

Sin duda, su voluntad no siempre la vemos clara. Como María, nosotros también deberemos pedir la luz para comprender lo que Dios quiere. Es necesario escuchar bien su voz dentro de nosotros, con absoluta sinceridad, pidiendo consejo si es necesario a quien nos pueda ayudar. Pero, una vez comprendida su voluntad, digámosle un sí inmediato. Si hemos comprendido que su voluntad es lo más grande y lo más maravilloso que pueda existir en nuestra vida, no nos resignaremos a “tener que” hacer la voluntad de Dios sino que estaremos contentos de “poder” hacer la voluntad de Dios, de poder realizar su proyecto, para que suceda lo que Él ha pensado para nosotros. Es lo mejor que podemos hacer, lo más inteligente.

Las palabras de María “ He aquí la esclava del Señor” son, por lo tanto, nuestra respuesta de amor al amor de Dios. Nos mantienen siempre orientados hacia Él, a la escucha, en actitud de obediencia, con el único deseo de cumplir su voluntad para ser como Él nos quiere.

Sin embargo, a veces lo que Él nos pide puede parecernos absurdo. Creeríamos mejor hacer las cosas de otro modo, quisiéramos ser nosotros los que condujéramos nuestra vida. Es más, tendríamos ganas de aconsejar a Dios, decirle qué hacer y qué no hacer. Pero si creo que Dios es amor y me fío de Él, sé que cuanto predispone en mi vida y en la de los que me rodean es por mi bien, por nuestro bien. Entonces me entrego a Él, me abandono con plena confianza a su voluntad y la quiero con todo mi ser, hasta ensimismarme con ella, sabiendo que acoger su voluntad es acogerlo a Él, abrazarlo, nutrirse de Él.

Debemos creer que nada sucede por casualidad. Ningún acontecimiento alegre, indiferente o doloroso, ningún encuentro, ninguna situación de familia, de trabajo, de escuela, ninguna condición de salud física o moral carece de sentido. Pero cada cosa -acontecimientos, situaciones, personas- es portadora de un mensaje de parte de Dios, todo contribuye al cumplimiento del designio de Dios, que iremos descubriendo poco a poco, día a día, haciendo, como María, la voluntad de Dios.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»

¿Cómo vivir, por lo tanto, esta Palabra? Nuestro sí a la Palabra de Dios significa concretamente hacer bien, por completo, en cada momento, esa acción que la voluntad de Dios nos pide. Estar completamente concentrados en esa obra, eliminando cualquier otra cosa, perdiendo pensamientos, deseos, recuerdos, acciones que se refieran a otra cosa.

Ante cada voluntad de Dios dolorosa, alegre o indiferente, podemos repetir: “hágase según tu palabra” o bien, como nos enseñó Jesús en el “Padre nuestro”: hágase tu voluntad.

Digámoslo antes de cada acción: “así sea”, “hágase”. Y cumpliremos momento tras momento, tesela a tesela, el maravilloso, único e irrepetible mosaico de nuestra vida que el Señor ha pensado desde siempre para cada uno de nosotros. 



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