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Mostrando entradas de enero, 2023

San Juan Bosco: El sueño de las dos columnas. Profecías sobre la Crisis en la Iglesia

"...Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y que se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas..." El 26 de mayo de 1862 Don Bosco había prometido a sus jóvenes que les narraría algo muy agradable en los últimos días del mes. El 30 de mayo, por la noche les contó lo siguiente: Os quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo, yo que os contaría a Vosotros hasta mis pecados si no temiera que salieran huyendo asustados, o que se cayera la casa, se lo voy a contar para su bien espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días. Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no ven más tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan ...

Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues

La conversión de Pablo. En aquellos días, dijo Pablo al pueblo de Jerusalén: Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los condenaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: -- Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Homilía del Papa Francisco en la misa de exequias por el Papa emérito Benedicto XVI.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro -podríamos decir- capaz de confirmar lo que caracterizó toda su vida: una entrega continua en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y de bendición, que lo impulsaron a entregarse también en manos de sus hermanos. El Señor, abierto a las historias que va encontrando en el camino, se deja cincelar por la voluntad de Dios, cargando con todas las consecuencias y dificultades del Evangelio hasta ver sus manos heridas por amor: «Mira mis manos», él dijo a Tomás (Jn 20,27), y nos lo dice a cada uno de nosotros. Manos heridas que se extienden y no cesan de ofrecerse, para que conozcamos el amor que Dios nos tiene y creamos en él (cf. 1 Jn 4,16). “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” es la invitación y el programa de vida que susurra y quiere modelar el corazón del pastor como el de un alfare...