Personajes del Adviento: San Juan Bautista Señala al Mesías

Artista: Paula Nash Giltner 

La profecía precursora de Jesucristo. 


Fue el precursor del Mesías y es uno de los personajes centrales de Adviento, ya que Isaías anunció al Mesías, el Bautista lo señaló y María la procreó en su cuerpo. Juan el Bautista anuncia a Cristo no sólo con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador y además indicando quien es. Juan el Bautista hace aún más concreto el mensaje de Isaías: él mismo prepara el camino al Señor, “predicando un bautismo de conversión”, anunciando la presencia de Uno que puede más que él, que bautizará con Espíritu Santo. 

Gracias al anuncio misionero y a la preparación del nuevo camino al Señor “en el desierto”, cambia realmente el panorama espiritual del creyente. Su itinerario Nace seis meses antes que Él; su nacimiento es vaticinado y notificado por el ángel Gabriel, como el suyo, y causa en las montañas de Judea una conmoción y regocijo semejantes a los que debían tener lugar poco después en las cercanías de Belén. 

El sobrenombre de Bautista le proviene de su ministerio. El nacimiento de San Juan Bautista es un prodigio, porque no fue obstáculo para él la ancianidad y esterilidad de Isabel, como no lo fue a María su purísima virginidad. En vida oculta y escondida consume los treinta primeros años de su existencia; nadie sabe de él, ni de él nos hablan los evangelistas, como tampoco nos hablan de Jesús en aquel mismo período, en que quedan ambos como eclipsados. 

A los treinta años salen ambos: uno de su retiro de Nazaret, otro de sus soledades del Jordán; pero Juan, conforme a su oficio de Precursor, sale antes que Jesús. Cuando le llega la palabra de Dios el solitario empieza a clamar: anuncia el cumplimiento de las profecías, reprende a los pecadores y los bautiza en las aguas del Jordán, simbolizando en la ablución externa el principio de la ablución interior. Truena su voz en las márgenes de aquel río, síguenle las turbas, incrépanle los fariseos… Él habla con libertad a los pobres y a los poderosos. Hay quien le cree el Mesías. Hay quien escucha su voz como la Buena Nueva prometida, cuando en realidad no es más que su prólogo. Bien claro Juan lo afirma: “Está para venir otro más poderoso que yo, al cual yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. 

Pronto se extiende el renombre de su virtud, y aumenta la veneración del pueblo hacia él; los judíos acuden para ser bautizados, enfervorizados por sus palabras. Mientras predica y bautiza anuncia un bautismo perfecto: “Yo bautizo en el agua y por la penitencia, y el que vendrá, en el Espíritu Santo y el fuego”. 

El nacimiento de Juan y las anunciaciones 


El capítulo primero del evangelio de San Lucas nos cuenta de la siguiente manera el nacimiento de Juan: Zacarías era un sacerdote judío que estaba casado con Santa Isabel, y no tenían hijos porque ella era estéril. Siendo ya viejos, un día cuando estaba él en el Templo, se le apareció un ángel de pie a la derecha del altar. Al verlo se asustó, pero el ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios”. Pero Zacarías respondió al ángel: “¿Cómo podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo también?”. 

El ángel le dijo: “Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva. Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla”. Seis meses después, el mismo ángel se apareció a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel. Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de la Virgen. 

También Santa Isabel se sintió llena del Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó:“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme? Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído! Porque sin falta se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. Y permaneció la Virgen en casa de su prima aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan. 


Las lecciones de Juan el Bautista

– Aceptar y apreciar la grandeza trascendente de Dios y nuestra poquedad, miseria y limitación. Nos enseña a ubicarnos delante de Dios, a asumir nuestro lugar y rol en la salvación que Dios quiere protagonizar en nosotros a través de su Hijo: Conviene que Él crezca…;

– Tener sensibilidad ante el paso del Señor; saber descubrir su cercanía. Y cuando no logremos descubrirla, acudir al Señor para que sea Él quien ilumine el camino de nuestra fe y de nuestra experiencia con Él;

– Tener una flexible capacidad de conversión, de acomodamiento a los planes de salvación que el Señor tiene para salvarnos, planes que no siempre coinciden con nuestros criterios y categorías. O más bien, que son siempre distintos y lejanos a los nuestros;

– Nos enseña, por una parte, que es necesario aceptar la humildad de la manifestación divina: ¡Dichoso el que no se escandalizare en mí! Y resulta también un admirable ejemplo de pobreza y limitación: Conviene que Él crezca y yo disminuya.

Para llegar a Dios, Juan Bautista asumió dos actitudes de humildad: aceptó la pobreza de los medios de manifestación de Jesús y experimentó la cercanía de la Salvación, no sólo en forma pasiva en el seno de su madre, sino sobre todo en la aceptación dificultosa de los planes de Dios en su Hijo Jesucristo.


 




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